Ganando barlovento by Elías Meana

Ganando barlovento by Elías Meana

autor:Elías Meana [Meana, Elías]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2001-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO XI

PRIEGO de Mar, el pueblo donde nací, estaba enclavado en una abrigada ensenada al este del cabo de Mar. No era un pueblo rico, pero tampoco pobre. Sus habitantes, la mayoría de ellos dedicados a la pesca o a tareas relacionadas con esta actividad, también contaban para su sustento con las hortalizas, verduras y frutas (sobre todo manzanas) que les proporcionaban los huertecitos que casi todos los vecinos tenían a la vera de sus casas.

Según el último censo, que databa de 1806, en él habitaban doscientas treinta y tres almas, pero dado que casi habían transcurrido tres años desde entonces y a lo largo de los cuales habían fallecido quince y venido al mundo veintiuno, el día en el que llegué acogía a doscientas treinta y seis personas, aunque, como me dijo mi tío Ramón, para llevar una cuenta tan pequeña, no hacía falta papeles.

Mi tío Ramón era hermano de mi madre y había sido el mayor de los cuatro hijos que tuvieron mis abuelos maternos, a los cuales prácticamente no llegué a conocer, pues los dos, uno tras otro y de muerte natural, fallecieron al poco que yo naciera. A mis otros dos tíos, Antón y Emilio, se los llevó la mar al poco que mis padres emigraran a Cuba, y de la familia de mi padre no quedaba nadie.

Mi llegada a Priego no solo había constituido una sorpresa y una alegría para mis tíos, en especial para el hermano de mi madre, también en honor a la verdad he de decir que mi tía Covadonga me recibió con los brazos abiertos. Para el resto del pueblo fue todo un acontecimiento, pues desde el momento en que a su entrada pregunté al primer paisano que me salió al paso dónde estaba la casa de Ramón Carrión, al instante se corrió la voz de que el hijo del Vieyu (mote familiar heredado por mi padre y por el que todavía era conocido) había regresado de las indias, y quien más y quien menos, unos por afecto, otros por simple curiosidad y alguno que otro por envidia, esperando el fracaso de mis padres en su aventura, todo el pueblo incluido el alcalde y el cura, se interesó por mí y por mis progenitores. Luego, «de paso» me solían preguntar si era cierto eso de que en Cuba, a nada que te lo propusieras, podías hacerte rico. Afortunadamente, muchos de los nombres me sonaban de haberlos oído desde pequeño y ello, junto con las indicaciones y consejos de mi tío, me valió para dar más o menos «cancha» a los vecinos en las respuestas y explicaciones que durante los primeros días me vi obligado a responder o relatar.

Como es de suponer me alojé en casa de mis tíos, y allí era donde al caer la tarde solían venir los más allegados a la familia y, en pequeña tertulia, bajo el emparrado del patio, procuraba responder a sus preguntas, y así sucedía también en aquellas ocasiones en las que aceptaba la invitación



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